Lejos de Toledo by Angel Wagenstein

Lejos de Toledo by Angel Wagenstein

autor:Angel Wagenstein [Wagenstein, Angel]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Drama
editor: ePubLibre
publicado: 2002-01-01T05:00:00+00:00


22

Fiel hijo del Partido

Yo estaba acostado en casa con la cara arañada y con el pie escayolado apoyado sobre un cojín. Encima de mi cama, en un marco ovalado, colgaba la foto de mi padre y mi madre con las cabezas muy juntas, obedeciendo al concepto escenográfico que les impuso por entonces el gran fotógrafo Kostas Papadopoulos. Y a un lado de la foto, clavados en la pared con chinchetas, blanqueaban los dos certificados de los que tan orgulloso me sentía, ambos del mismo tipo, con banderas rojas cruzadas y con una estrella de cinco puntas del mismo color encima de ellas. Uno concernía a mi padre y el otro a mi madre, ambos caídos heroicamente —así decía el texto— en la lucha contra el fascismo.

El cristal izquierdo de mis gafas estaba agrietado, y a través de su fina telaraña yo observaba el mundo fragmentado en pedacitos y recortado por líneas de frentes militares.

Y hablando de frentes militares, conviene precisar cuanto antes que mi abuelo, de pie junto a la puerta abierta, guardaba un silencio áspero, como si participara en una confrontación judicial. Mientras, mi abuela Mazal, no sin dirigirle antes una mirada fulminante, se inclinó sobre mí, me acarició la frente y, con la afabilidad embaucadora del poli bueno, dijo:

—Vamos, sé buen chico, mi angelito. ¿Vas a decirme ahora la verdad? ¿Cómo te has roto la pierna?

—Si ya te lo he dicho: me he caído de un árbol.

—¿Y dónde estaba ese bellaco de tu abuelo?

Eché un vistazo al Borrachón, que me pareció muy abatido y angustiado, sin el menor rastro de su antiguo aplomo de patriarca bíblico. Sentí lástima por él.

—¿Qué? —repitió mi abuela, pero ya bastante más amenazadora—. ¿Piensas hablar?

Yo, con los labios apretados, callaba obstinadamente y me imaginaba que era mi propio padre comunista en un interrogatorio practicado por la policía fascista.

—Te estoy preguntando si piensas hablar. Y nada de mentiras, ¿eh?

Por fin susurré:

—Bueno, de acuerdo…

—¿Qué, dónde estaba tu abuelo? ¡Di la verdad!

Tomé aliento, tragué saliva y al fin dije:

—Con el secretario del Partido.

—¡Mientes! ¡Los dos mentís!

Le dirigí una mirada cándida a través de mis gafas agrietadas y, como digno hijo de mi padre y caballero de la Orden de Santiago, respondí:

—¡El Partido nunca miente!

Luego cerré los ojos, cansado, y me hice el dormido.

Oí a mi abuela y a mi abuelo cuchichear en ladino. Reñían, pero esto no era nada nuevo ni alarmante, pues lo hacían todos los días. Luego oí que la abuela salía cerrando con cuidado la puerta tras de sí.

El Borrachón se acercó y se sentó en el borde de la cama. Me quitó con precaución las gafas, las dobló y las colocó en la mesita de noche a mi lado. Luego se inclinó y me besó suavemente en la frente.

Y yo seguía haciéndome el dormido.



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